Hualpén.



Después de surcar los añejos robles del Olvido, cruzando por el lago del Mas Allá, pudieron ver la delicia imperecedera de los tálamos Primaverales, escondidos desde tiempos inmemoriales en un tintero y una vela.
Es-condidos entre las hojas y las flores,  jugando a los mil juegos infantiles del dimequetedirete, no sintieron el correr del tiempo, obnubilados por el ojo café profundo de la mirada del otro. Enceguecidos, corriendo como animales contra la muralla fría que es el Azzar. Jugando una partida de ajedrez en la que se apuesta la vida y la muerte; una partida de ajedrez en la que el sol juega como rey y la noche es el tablero. Un juego de segundos tras el brillo metálico de los kilómetros de distancia, en el que las voces que ansían sonar juntas solo se dan cita en la amnesia nebulosa de la Imaginación.
Un juego como un disparo, en el que el cielo, el infierno y las ofrendas capilares son sólo un macabro recuerdo alejado en una cueva tibetana. Un juego relleno del hablar por estética, del hablar sin escribir: Del escribir sin hablar. Un juego que se decide en una simple noche, en una simple mirada; un juego de inversiones y pérdidas, asimismo de ganancias.
Una conversacion perdida en los tiempos medievales, anclada en un monasterio invadido por los musulmanes,    en el que Nur al Din entra a sentarse comodamente a nuestro lado, hablando de astronomía, conquistas y camafeos como si nada.
El sueño tenía razón. Vamos por el salto de fe.

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biáidh

Un poema es una cosa que será.
Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.

(Vicente Huidobro, Altazor)