1. f. Fatiga, perturbación, extorsión. 2. f. Enfado, fastidio, desazón o inquietud del ánimo. 3. f. Desazón originada de leve daño físico o falta de salud. 4. f. Falta de comodidad o impedimento para los libres movimientos del cuerpo, originada de cosa que lo oprima o lastime en alguna parte.
J.L.A in memoriam
La sutil arma de doble filo que es al lenguaje solía rebelarse en contra de los marinos de rudo parlare. Al no saber manejar tal elemento corto-punzante solían terminar con las manos y el rostro lastimados, cubiertos hasta la coronilla de sincera perplejidad. El resto de la concurrencia no podía hacer otra cosa que sonreír de manera condescendiente, mientras los apabullados mercantes ocultaban sus rostros enrojecidos en los pliegues de la tela.
Mientras tanto, mientras veía a los rudos hombres irse flotando en la madera de los navíos,sentado en las rocas que orlaban cuan pechera de encaje las costas de su ciudad, el observante tomaba apuntes. Apuntes de cada una de las caídas, notas cuidadosas de cada cajón puesto en el puerto, de cada palabr(ota)a dicha. De cada herida sin querer. Buscando maneras de curarlas con esa ciencia cuasi mágica llamada medicina; moviendo con delicada rapidez esas dolorosas mariposas que tenía por manos; concentrado en el eterno arte de curar a las almas entumecidas, que muchas veces no tenían nada para pagar, salvo sus rudas palabras.
El médico curaba astillas, fracturas, muelas. Curaba corazones, a veces. Y cada curación era pagada con una sarta de insultos, causa simple: la falta de anestesia.
Hasta un paciente diferente. Que no sabía exactamente qué le molestaba; sólo sabía que le dolía "Algo". ¿Una astilla ubicada en un lugar no-dentificado? ¿Un humor mal ubicado? ¿Una luxación? ¿Ulceras? Tras cientos de intentos pacientes por curar la herida imposible, que supuraba de manera cada vez más violenta, tras miles de palabras suaves dichas para anestesiar el ardor insoportable de cada curación; tras litros de escupitajos que lanzó sobre su cara, el médico decidió rendirse. Cansado de tanta miseria, abandonó sus instrumentos y todos los libros y se fue lejos del pueblo. Lejos del enfermo imposible, de sus miles de síntomas imaginarios, de los palos al aire y las palabrotas gritada sen el único estudio. Lo declaró terminal y le dió el Alta.
Tres días después se enteró de que el Paciente lo seguía en una carreta de libros, buscando su gloriosa medicina "que era lo único que lo mantenía sano". Tres días después de eso, el Paciente abortó la misión, sólo para reemprenderla tres días después. Y así, en un largo vagabundear, hasta que el Observante-Médico decidió borrar sus huellas, perdiéndose en la infinidad de la noche.